La Fregeneda – Barca D’Alva por las vías del tren

Hacía tiempo que queríamos hacer esta ruta, por los puentes, por sus 20 túneles, por ser zona de interés cultural… Teníamos noticias de que iban a cobrar entrada, que si la estaban arreglando, que si habían parado las obras, que si problemas políticos, total que nos decidimos a hacerla cuanto antes y elegimos este mes de abril. Un día nublado.

La estación abandonada de La Fregeneda

Empezamos con una fina llovizna desde la estación abandonada de La Fregeneda. Merece la pena verla, pero todos los edificios están tapiados hasta arriba y no se pueden visitar, otros están en ruinas. Lo que sí pudimos ver y disfrutar por dentro es un viejo vagón de mercancías que permanece abierto. El suelo está podrido por el agua y el tiempo pero en su fondo pudimos sentarnos y resguardarnos hasta que escampó. Los herrajes y palancas de las ventanas en su interior están perfectos y es muy divertido toquetearlo todo.

A unos 100 metros de la ajada estación de Fregeneda ya se abre el primer túnel. Este 14 de abril, día de la República Española, estaba cerrado. La gente se cuela por debajo de la reja ya que hay un hueco bastante amplio. Es un túnel totalmente recto. Desde la reja se ve la luz de la salida a pesar de tener casi 2 kilómetros de longitud. Existen caminos alternativos para evitar el túnel.

El río Águeda

Salir a la luz es un espectáculo grandioso, ya que desde ahora no te abandonan las arribes del río Águeda, que se ve desde muy alto, siempre a tu izquierda, el cañón lleno de mil verdes y la quietud de una vía centenaria que está a punto de convertirse en una romería debido a su mercantilización. En esta zona la vegetación está bastante asalvajada. Nos íbamos asombrando con cada curva ¿Cómo harían para hacer tan bien los túneles en el s. XIX? ¿Cuántas personas morirían en la obra? Unos 2.000 trabajadores que maltrabajaban en duras condiciones y sufrían brotes de paludismo y fiebres intestinales, además de morir en frecuentes accidentes, claro. Por lo visto el cementerio local se quedó pequeño y hubo que construir uno nuevo.

El camino está sembrado de tornillacos oxidados y herrajes sueltos que llevan aquí desde el principio. No se me ocurrió llevarme ningún “souvenir”, pero ¿seguirán ahí un mes después de abrir la taquilla?

No esperábamos encontrarnos varios chozos de pastor típicos de la zona, alguno en perfecto estado. Herencia celtíbera, con su forma redonda y sus tejados hechos con lanchas de pizarra y cubiertos con vegetación. ¿Construirían la vía sobre alguna antigua cañada, acaso?

El túnel Morgado

El tercer túnel es especial porque, además de estar también cerrado (hay un hueco bajo la reja) es el refugio de más de 12.000 murciélagos. Tiene forma curva y la oscuridad en su interior es absoluta. Hay que pasar en silencio para no revolver a estos animalillos, tan huidizos y beneficiosos para el medio ambiente. El olor a guano, la oscuridad y el silencio sólo roto por los débiles gemidos de los murciélagos impresiona. Es también un alivio para los pies, ya que en este tramo, entre los desechos y la arena, las plantas te descansan de los pedruscos de la vía. Por cierto ¿Crees que los murciélagos se quedarán ahí tras aguantar cada día el paso de decenas de personas, gritando, dejando su olor y su basura?

Puentes de vértigo

No hay más túneles cerrados, y ahora empiezan también los puentes, que estaban medio arreglados cuando hicimos la ruta. La caída desde algunos es de unos 300 metros y, aunque han puesto pasarelas de madera y pasamanos, la vista desde arriba es vertiginosa. De todas formas no resulta peligroso y se puede ir con niños de más de 12 años.

El túnel seis tiene una sorpresa especial que no quiero revelar aquí para no spoilearos.

Mediada la ruta, encontramos un manantial algo apartado, que caía en una pequeña cascada, cerca de un rebaño de vacas pelirrojas. A pesar de las escasas lluvias, salía bastante agua. Imagino cómo quedará tras comenzar la venta de tickets, con esos estupendos cagaderos sembrados de papel higiénico que acostumbramos a dejar los seres humanos tras los matorrales.

Las laderas en la segunda mitad del camino están cubiertas de enormes chumberas y los higos ya estaban madurando. Cantueso, gencianas, amapolas, carrascas en flor… Vinimos en la mejor época, la primavera. También vinimos en el mejor momento, cuando aún no han comenzado la explotación económica.

Menos mal que nos queda Portugal

La frontera portuguesa se hace evidente. El cañón se suaviza, ya no hay arribes, sino vega, y la otra margen del Águeda se ve cuidada y cultivada con vides y olivos en alineaciones geométricas. La ruta va desembocando junto al río y cuando el Águeda muere en el Duero y cruzas la frontera, ya sabes que estás en Portugal, no sólo por los carteles, también cambia la arquitectura.

Merece especial atención la estación abandonada de Barca d’Alva, cuyos edificios son ya netamente lusos, no se parecen en nada a la estación de La Fregeneda.

En el pueblo puedes zamparte un bacalao a bras y unas carnes a la brasa con guarnición de arroz que resucitan a un muerto. Qué país estupendo, qué bien se come, qué gentes tan amables, qué bonitos pueblos y qué olvidado lo tenemos. Y eso que es nuestro vecino más cercano.

Recomendaciones

– No hacerla en verano, ya que apenas hay sombra
– Llevar plantillas de gel en las botas para amortiguar la pisada y bota dura, ya que las plantas te sufren con los pedruscos de las vías. Si es de caña alta, mejor, para evitar esguinces.
– Llevar linterna para los túneles más largos y casco.